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El tren cero – Yuri Buida

Escrita a principios de los noventa, El tren cero es una de las novelas más exitosas del escritor ruso Yuri Buida. La historia que nos cuenta pretende ser una parábola de la alienación que el estalinismo impuso al individuo, que debía dejar de lado cualquier atisbo de idea o sentimiento propio para identificarse con algo más grande, la Patria.

El tren cero cuenta la historia del ferroviario Iván Ardáviev, asignado al servicio de un misterio convoy que llega y parte puntualmente de una aldea construida en mitad de la nada solo para mantener la vía, la estación y el tren. Un tren de vagones sellados cuya carga, origen y destino se desconocen. Y sobre el que no está permitido preguntar nada.

Yuri Buida construye esta novela corta a base de flashbacks. La alternancia entre el pasado —la construcción de la aldea, la llegada de los trabajadores, la primera y grandiosa llegada del tren cero— y el presente —el abandono de los obreros, la decrepitud de las instalaciones— funciona como un contraste a la línea recta proyectada hacia el futuro, siempre hacia delante, que es la vía por la que circula el tren. El tren cero tiene sentido, lo que le rodea solo lo puede tener en función de la existencia límpida, veloz y recta del convoy.

Iván Ardáviev no se cuestiona el sentido del tren cero y, por tanto, no se cuestiona su propia existencia. Pero la duda acabará por infiltrarse en él: ¿qué transporta el tren, a dónde va, de dónde viene, quién ordena que vaya o vuelva? Otros también se plantean esas preguntas y pagan las consecuencias: el tren cero exige un acto de ciega fe, es el destino, es inexorable, nadie debe cuestionarlo bajo pena de muerte. Iván Ardáviev no es un rebelde. Acepta sin vacilar cuantas órdenes y directrices le dan y sus pensamientos se corresponden con los que otros han imbuido en su cabeza. Pero al tiempo, Ardáviev es un hombre de bien, un hombre inteligente que no puede evitar hacerse preguntas y no alcanza a comprender por qué nadie le cree digno de recibir una respuesta. Con su personaje, Buida reivindica la  necesidad del hombre de participar activamente en el devenir de los acontecimientos.

Yuri Buida va narrando la vida en la pequeña aldea que vive por y para el tren. Con un estilo que bebe del realismo mágico describe los buenos tiempos, cuando la aldea y sus habitantes prosperaban gracias al dios-tren y como la ruina va aposentándose en la vida de los ferroviarios. Porque la vida reglamentada en torno al misterioso convoy termina por enloquecer a los trabajadores que sirven al tren. Obedecer y supeditar siempre las necesidades y los deseos propios a las exigencias de otros acaba por tornar la vida insoportable. Así, Iván Ardáviev terminará quedando solo en un pueblo fantasma en el que, en el fondo, la vida nunca llegó a instalarse.

Sin duda El tren cero es una acertada metáfora sobre las condiciones de vida que el comunismo impuso al individuo. Pero al tiempo, tiene una fascinante lectura aplicable a nuestro tiempo. La alienación de los individuos existe también aquí, en esta economía de mercado tan diferente del comunismo y que, de manera paradójica, exalta el individualismo. La rutina instalada en el día a día, la muerte de toda seña de personalidad, la labor de zapa que nos ha convertido en una masa que no se cuestiona nada, la ausencia de creatividad… Pero, como en la novela, siempre habrá algún hombre dispuesto a rebelarse, aunque parezca tarde.