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REPORTAJE: CINE - Libros
Sueños manufacturados

JAVIER OCAÑA 14/06/2008


Participó en la revolución rusa de 1905, siendo apenas un adolescente, en compañía de su amigo Nicolái Bujarin; vivió en París, donde trabó amistad con Pablo Picasso y Guillaume Apollinaire; viajó a la España de la II República, escribió ensayos sobre la situación de sus trabajadores y fue corresponsal de prensa durante la Guerra Civil, donde conoció a Buenaventura Durruti; criticó la novela Doctor Zhivago, de su amigo Borís Pasternak, por considerarla "falsa"; se opuso a las tesis de Máximo Gorki sobre la necesidad de trasladar los ideales del comunismo al terreno del arte; se dice que la rabia de sus artículos de prensa acerca de la crueldad de la Alemania nazi contra los civiles soviéticos provocó la inclemencia del Ejército ruso durante la contraofensiva; trabajó en el Comité Antifascista Judío junto a Vasili Grossman, el autor de Vida y destino, y firmó junto a éste Libro Negro, en el que se documenta el exterminio judío en la Europa oriental; fue diputado del Sóviet Supremo, y con su novela El deshielo dio nombre a una etapa de la historia de su país. Desde luego, Iliá Ehrenburg (Kiev, 1891-Moscú, 1967) tuvo una vida de película. De película de corte político, de película de corte social, de película de corte intelectual.

La historia del siglo XX se puede contar analizando su existencia y sus escritos; sus idas y venidas; sus jugosos comentarios sobre el papel de los dirigentes, de los trabajadores, de los intelectuales y de los empresarios de medio mundo. El siglo XX es el de las guerras mundiales, el de los genocidios y el del triunfo del capitalismo. Todo ello fue analizado por Ehrenburg. Pero el siglo XX, en materia artística, puede considerase como el siglo del cine. Como no podía ser de otra forma, el periodista soviético también escribió sobre ello: el apasionante ensayo La fábrica de sueños, editado por vez primera en 1931, y que ahora publica en España la editorial Melusina.

"¿Cree que sólo se puede ganar dinero comerciando con azúcar o lana? Por supuesto que la gente quiere comer bien y vestirse mejor. Pero los hombres no son bestias salvajes. Se lo digo como artista y filósofo que soy. La gente también quiere soñar. Necesitan urgentemente que alguien les permita ver sueños hermosos. Y eso es lo que haremos: fabricarles sueños hermosos, sueños en serie, divertidos sueños a precio de ganga". Ehrenburg pone en boca de Adolph Zukor, magnate de la industria y fundador de la Paramount, un irónico catálogo de intenciones que engloba las primigenias características del cine en EE UU: emoción y dinero. Los sueños para los demandantes. La pasta para los ofertantes. Nada dice el escritor soviético (ni, por supuesto, el tiburón de la producción) sobre su esencia artística. El cine es simple fuente de ilusiones, elemento de manipulación político-social. El cine, y no la religión, es el verdadero opio del pueblo, viene a decir Ehrenburg: "El obrero no piensa mientras está en el cine. Entretenido con su goma de mascar, mira la pantalla sobre la que se suceden labios, revólveres, edificios, pecheras: vidas ajenas".

Ehrenburg traza un demoledor retrato de Zukor, pero no sólo de él. También de George Eastman, dueño de la Kodak, al que acusa, entre otras cosas, de propagar la apología de la delación entre sus obreros: "A su muerte dejará tras de sí fábricas, talleres, tiendas: todo un emporio. Mas no le basta con eso. En realidad, sabe lo que no dejará tras su muerte: ni hijos ni afecto". O de Will Hays, inspirador del restrictivo código de autocensura que lleva su apellido, que se define a sí mismo con esta parrafada del escritor: "Tenemos que saber transmitirles nuestra poesía, la poesía del ideal y del dólar, la poesía de la lucha por el éxito, esa que enseña que los poderosos mandan y los débiles trabajan (...). Pero eso no basta: necesitamos programarles también los sueños". Los intereses económicos se alían con la estrategia política, siempre en beneficio de unos pocos. Cada uno tiene su lugar en el mundo. El cine reúne todos los principios vivos de la cultura; la ciencia y la industria; el arte y la religión... La ciencia es la lucha por las patentes. El arte, la lucha por las estrellas. La industria, los dividendos que obtiene Zukor. Y la religión, el código divino de Hays. Ehrenburg carga con saña y reivindica a los más débiles, a los únicos de los que nadie se acuerda cuando sueñan con una película: los trabajadores de la americana Kodak, la alemana AGFA y la francesa Pathé, que se ahogaban por las emanaciones de gas, que tiritaban de frío, que se quedaban sordos. "Son topos, son murciélagos". Ellos manufacturaban los sueños. Con sus manos y sus vidas.

© Diario EL PAÍS S.L.


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